24. Rawayana en Coachella: ¿quién quiere un roncito?
La banda dedicó dos noches a honrar sus raíces en uno de los festivales de música más importantes del mundo. Una revisión a lo ocurrido.
«Desde las calles para la playa
con este ritmo que ahora estalla»
“Arenita playita” (2010), de Cuarto Poder.
Ante el escenario, una mujer sostiene una camiseta de béisbol con el número 58, el prefijo que tienen los celulares en Venezuela. Sobre las tablas, un globo inflable simula ser un enorme set de cornetas instaladas en la parte de atrás de una camioneta, el pez de “El rey del pescado frito” —un restaurante de Naiguatá— y distintas plantas, incluyendo alguna palmera, aportan las coordenadas del evento. El concierto es en Indio, California. Pero la intención de Rawayana, en Coachella, es recrear una rumba en las costas de La Guaira.
Esas costas, hace unas décadas, vieron entrar a cientos de migrantes y por ellas, desde hace unos años, se fueron miles de venezolanos. Es probable que varios de ellos estén ahí, en ese festival, este sábado 19 de abril de 2025. Entre canciones, se despliegan más referencias culturales sobre Venezuela. Los intérpretes se dirigen a su público en español, aunque podría haber personas de cualquier parte del mundo. No es un capricho; se trata de una declaración de principios: Esta es nuestra lengua y nuestro paisaje geográfico y sonoro.
Entre una cava, el hielo, la guarapita y el gatorade con anís cerca de una palmera, se mezclan los destellos de las mechas rubias en el pelo de los músicos. El cambio de look tampoco es casualidad; es otro guiño al lugar de donde vienen y al que desean trasladar a quienes los observan: en esas costas, el sol y la sal del mar doran pieles y cabellos, cuando no lo hace el agua oxigenada. Es parte del folklore, al igual que los comerciantes de lentes y las vendedoras de afrodisíacos como el rompe colchón.
Para entender toda esta performance, hay que remitirse a un mensaje publicado a través de X por la banda, junto con el afiche promocional del show: “Esta va dedicada especialmente a los que no pudieron vernos en diciembre”, luego de la cancelación de varios conciertos en el país. Entonces, en uno de los festivales de música más importantes de la escena actual, Rawayana no adaptó su propuesta a un público global; radicalizó su mirada hacia Venezuela e invitó a quien quisiera a dejarse seducir por ese lenguaje que se come las ‘s’, por la fusión de géneros de su repertorio, para presentar parte de la tradición del país y a los guías particulares que han tenido.

Honrarás tu historia y a tus maestros
En 2012, Servando y Florentino Primera se llevaron a Beto Montenegro de gira por Venezuela. Licencia para ser libre había salido un año antes. Aquella experiencia le permitió al vocalista de la banda entender parte del negocio y descubrir caminos posibles para la banda. Cuando Servando se subió a cantar “La tormenta”, en Coachella, se enlazaron dos generaciones de artistas y de seguidores; también sucedió un agradecimiento a miles de kilómetros de donde todo comenzó y, a la vez, cerca de ese inicio.
Cuando se mencionó a Rubby Pérez entre temas, el show alcanzó un aire regional, sin alejarlo de su coordenada inicial. Con los tambores de “Miel”, en las manos de Orestes Gómez, se recordó el eje de la propuesta: Esto es una rumba en La Guaira y en este país —el caribe entero— hasta las penas se bailan. Con el cover de “Mis ojos lloran por ti” —uno de esos temas que precedió el estallido del dembow y el reggaetón, que se produjo con “Gasolina” (Daddy Yankee, 2004)—, la banda dejó una pista hacia su momento de gestación, con sonidos que escucharon cuando quizá no pensaban en ser músicos.
“High”, el tema lanzado en colaboración con Apache, fue una manera de tener presente a los distintos raperos que han estado cerca de Rawayana desde sus inicios. Puede que el éxito de la banda radique en ese interés por lo que en apariencia es distinto para ver qué puede sacar de ello. Luego, sucedió el salto hacia una de las agrupaciones de las que más bebieron, Los Amigos Invisibles.
Se produjo con el puente que construyeron al versionar “Don’t Stop ’til You Get Enough” (Michael Jackson, 1979) con un fragmento de “Váyanse todos a mamá” (2021). Durante los shows de Los Amigos Invisibles, hay tramos en los que la propuesta es un popurrí, distintos temas y géneros que evocan un tiempo en el que los selectors combinaban canciones sin que hubiera silencio con una sola intención: que no pare de bailar tu cuerpo.

En Venezuela, puede que nadie haya trasladado esa idea a escena mejor que Los Amigos Invisibles, una banda que no solo tiene impacto directo en Rawayana; también en el espacio que la música latinoamericana tiene en Coachella. Al adoptar esa tradición, montar una hora loca durante un bloque entero de sus presentaciones, los Rawy extienden esa tradición.
Con “Funky fiesta” (2016), un tema que bien podría pertenecer a algún disco de Los Amigos Invisibles, la banda completó otro de sus saludos y cambió el paso a quienes eran parte de esa fiesta en La Guaira. El show se cargó de otros ritmos, se abrió hacia la música electrónica y su combinación de géneros, sin dejar de estar bajo una palmera, a través de “Besos ricos” (2024).
Naguevoná.
Una casa para todos
Cuando “Veneka” comenzó a sonar, fue inevitable pensar que ese tema generó toda la polémica que propició la cancelación de sus presentaciones en Venezuela, al ser manipulado a conveniencia por el poder. La suerte es que la canción prevalece más allá de eso. El homenaje al raptor house, a Dj BabaTR, al sobrevivir a un tiempo violento del que muchos no salieron, ahora es un espacio de encuentro para la comunidad venezolana, sobre todo para la que está fuera del país: «Mano, te lo juro, Venezuela no falla».
Ese verso sirve para representar un cambio en la relación de millones de personas con la venezolanidad y nuestra cultura. Aquella identidad que hace unos años pudo representar un lastre, considerando que las primeras referencias tenían relación con temas ásperos —la crisis social, el drama sanitario, la diáspora, y todo entramado político—, ahora abarca mucho más.
Aunque ese primer show de Rawayana se produjo durante la madrugada de América Latina, al igual que el segundo, en distintas partes de la región fue seguido. Un vistazo a las redes sociales durante esas horas bastó para entenderlo. La campaña de promoción funcionó y, a su manera, esa dedicatoria tras la suspensión de los conciertos cumplió su sentido.
El segundo show fue más global —se habló más tiempo en inglés, la promoción estuvo menos presente en redes—. No problem. El trabajo ya estaba hecho. La banda que llegó con dos Grammys en el hombro y su ascenso internacional tras ¿Quién trae las cornetas? (2024), reivindicó el factor que los acercó hasta esos premios y los llevó de gira por el mundo: mirar su tradición, las búsquedas que han hecho en sus raíces culturales, para compartirlas a través de la música.
Se repitió la escenografía, se tendieron los puentes hacia los maestros e influencias, también con las naciones amigas —Puerto Rico, con Bebo Dumont presente en ambos recitales, y México, al tocar “Colchones, tambores y refrigeradores” (2024) dos veces— y se insistió en una idea: Dentro de la historia contemporánea de Venezuela, hay razones positivas para construir el vínculo con el país, para acercarse a él.
Con Rawayana, Gustavo Dudamel y Arca en Coachella 2025, no solo se tuvo a tres representantes de Venezuela y la música regional en el festival; también se compuso una idea posible del país y de la región, en la que la diversidad y las diferencias conviven en un mismo espacio. Pensar que todo esto comenzó en 1999, cuando Los Amigos Invisibles fueron los primeros latinoamericanos en presentarse en esas tablas.
Ellos son algunos de los representantes más visibles de una cultura que, en tiempo reciente, convivió con más estigmas negativos que positivos. A través de su trabajo, alteran esa percepción. No son los únicos. Hay que sumar a otros artistas, a las personas que emprenden dentro y fuera de Venezuela, con una cafetería, mediante una productora audiovisual o a puro pedal, a los comediantes que andan por aquí y por allá, a los empleados que destacan dentro de las organizaciones en las que trabajan, a los venezolanos que, sin importar su ubicación geográfica, siguen echando ‘pa’lante.
Visto lo visto, la idea de la banda es clara: hacer por el mundo lo que no se puede en casa. Cuatro años después de Cuando los acéfalos predominan (2021), tras el cual estuvo a punto de desaparecer, Rawayana es uno de los embajadores del caribe. Viaja y presenta a Canserbero —cada Rawachella empezó con un tema suyo— o se abre a otras posibilidades con Bomba Estéreo para crear Astrópical, sin dejar los cueros de los tambores que suenan entre montañas, las olas del país y las distintas canciones de sus conciertos. A su manera, y al igual que tantos otros dentro y fuera de Venezuela, construyen su propio hogar para que pase quien lo desee.
¿Quién quiere un roncito?
Dedicatoria:
A Rebeca Plaza, amiga, seguidora de Rawayana, suscriptora de La Marea, y, por sobre todo, venezolanísima.
Con cariño.
Nota editorial: esta edición de La marea contó con las correcciones de Miguelina Galindo y Martín Solzi.
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¡Pa’lagua!
Esta es nuestra lengua y nuestro paisaje geográfico y sonoro.
Mano, te lo juro, Venezuela no falla.
Hacer por el mundo lo que no se puede en casa.
No estoy llorando, sólo me entró una nota de rawy en los ojos.