4. Un café de especialidad para las tardes en Buenos Aires y esa foto en 'The Holdovers'
Una recomendación cafetera que viene con plan cultural.
Supongamos que se está en Buenos Aires y apetece un café en un lugar tranquilo, no muy apartado de algunos epicentros turísticos ni cerca de ellos, sino a la distancia justa para que el ruido no interrumpa la lectura, el dibujo o alguna charla que suceda mientras la taza se enfría. Entonces, hay que considerar ir a KOPI. Pero, ajá, esta gente tiene varias sucursales. ¿Cuál elegir? Sugiero la que está en la calle Austria, entre Peña y José Andrés Pacheco de Melo; sobre todo si hace calor.
Supongamos que se está cerca de la Avenida Santa Fe. La opción, si no se quiere llegar caminando hasta Austria, es tomar el 152 o el 68. Su frecuencia es buena y suelen tener aire acondicionado, un Derecho Humano durante el verano que está garantizado por ley en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Al llegar hasta la calle buscada, hay que ir hacia el oeste, rumbo al río. Si se va por la vereda izquierda, la de los números pares, el cruce inmediato es el de Arenales. Conviene prestar atención al semáforo que está al cruzar esa calle: en ocasiones, la luz peatonal está parpadeando; otras, no hay luz roja. Ojalá que no lo arreglen. A veces parece que la señalización respira.
Supongamos que el lector no se quedó embobado viendo cómo respira un semáforo —como lo haría yo— y sigue caminando. La calle Austria no tiene demasiados árboles en ese tramo. Pero, al llegar a KOPI, aumenta un poco la cantidad de vegetación. El café está en la vereda opuesta. No tiene una fachada muy llamativa; es más bien sobria, algo que se agradece: hay buen gusto en querer pasar desapercibido. Se puede reconocer por un deck externo haciendo de terraza. Hay mesas y un árbol, debajo del cual es posible sentarse y en el que, durante las noches, cuando el lugar está cerrado, algunas parejas se detienen a romperse los corazones o besarse.
KOPI es lo que cabe en ese pasillo donde lo construyeron. Una franja en la que, dependiendo del día, quizá algún comensal se incomode por la estrechez, mientras otro puede encontrar calidez en ese detalle: al no ser muy grande, se crea en este café de especialidad un ambiente íntimo que favorece la escucha de la máquina, el roce de los platos parándose sobre la barra y algunas conversaciones del personal o los visitantes. Se empieza viendo la oferta dulce y salada, en la vitrina que da hacia la calle, y el recorrido termina en el fondo, con el baño ubicado detrás de una puerta blanca.
¿Adentro o afuera? La gran pregunta de la civilización. Depende del plan y del clima. Si hace frío y se busca un sitio donde el ruido no afecte, adentro. En cambio, si se desea estirar a placer las piernas y tener contacto con el barrio, la recomendación es sentarse cerca de la vereda. Según el día, se pueden ver oficinistas, a mujeres que acaban de buscar a su hijo en el colegio —no es tan común ver a hombres en esto—, a vecinos paseando a sus mascotas y a otras personas que están por entrar al gimnasio o recién salen de él.
KOPI es un buen lugar cuando hace calor en las tardes. Está protegido por la sombra de unos edificios. Si hay viento, fluye por esa calle sin llegar a arrasar. Si es domingo, el volumen del tráfico no es muy elevado y, cuando hay brisa, ocurre algo fascinante: el sonido de las hojas de los árboles transmiten la sensación de estar en un bosque.
Esos factores, sombra y naturaleza, se vuelven diferenciales al momento de tomar café —un mokaccino o un lungo, para mí—, acompañado por una medialuna o lo que ahí llaman un “bocadito fit”. Se trata de un dulce compuesto por almendras y maní, acompañada por mantequilla de mani, dulce de leche y chocolate amargo. Si suena bien, probarlo es mucho mejor. El café, incluso en los momentos en los que está lleno, no colapsa ni es ruidoso. Entonces, se puede seguir leyendo, escribiendo, mirando o conversando sin miedo a que alguien caiga sobre la mesa.
¿Cómo seguir el viaje? Paralelo a KOPI, está el Pasaje Bollini. Son dos cuadras empedradas, con casas coloridas y algunos árboles que le dan un encanto visual particular, en especial durante las tardes, cuando cae una luz interesante para hacer fotos. Si se sigue por Austria, se llegará hasta la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, una nave espacial estacionada entre árboles; se llegará hasta la Avenida Presidente Figueroa Alcorta y se habrá pasado por la Avenida del Libertador. En la primera está la Floralis Genérica y la Facultad de Derecho, dos íconos de Buenos Aires. En la segunda, el Museo de Arte Nacional, donde se puede ver El beso de Auguste Rodin, con esa mano del hombre sobre la cadera de la mujer gritando la pasión que los labios, ocupados en otras tareas, no pueden expresar.
Una escena
Mientras arma su valija, Angus Tully (Dominic Sessa) procura que no falte una fotografía impresa que está en la primera gaveta de su escritorio escolar. La ubicación de la imagen tira una pista al espectador de The Holdovers (Alexander Payne, 2023): es fácil de alcanzar, algo clave cuando se trata de los recuerdos y objetos que, de una u otra forma, conectan a las personas con sus raíces o les transmiten una idea de hogar.
Esa memoria se vuelve más relevante cuando, con el equipaje a punto de cerrarse, el protagonista la deposita en un lugar especial. Podrá faltar alguna prenda, un cuaderno o lapicera, pero esa fotografía no. En otra secuencia, Angus Tully debe deshacer su valija. Cuando lo está haciendo, no encuentra esa imagen. Entonces, sale de la habitación y se encara con uno de sus compañeros, quien le dice:
—Oye, ¿cuál es problema, Tully? ¿Extrañas tu casa? ¿Vas a llorar? ¿El chiquillo extraña a su mamá?
No hay adolescencia sin crueldad. La cinta, nominada en la categoría de “Mejor película” en los Premios Óscar 2024, es una reivindicación a los detalles y un homenaje a la conjugación de los traumas. La dinámica social cada vez parece más feroz y consumista. ¿Cuántas veces se repite la misma foto para luego compartir solo una? ¿Qué ocurre con esas imágenes luego? ¿Qué es lo importante, ese registro o el momento en sí? ¿Cómo influye esa pausa, la aparición de un teléfono, en el flow natural de un encuentro o circunstancia (en especial, si se está acompañado)?
Los recuerdos son flores que crecen en los abismos.
Top 5 de…
… canciones para escuchar en un café:
1. “First we take Manhattan”, de Leonard Cohen.
2. “Nada sigue igual”, de Sentimiento Muerto.
3. “Moliendo café”, de Hugo Blanco.
4. “Bellevue”, de Isla Bonner
5. “Jolene”, en la versión hecha por The Little Willies.
Próxima entrega: crítica de “Perfect days”.
A orilla’e playa están las tablas.
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