19. Las noches en las que el niño salvó al adulto
Un recuerdo sobre una serie entre Sacramentos Kings y Los Angeles Lakers, en la NBA. Dilatado en el tiempo, cobró sentido muchos años después.
Un recuerdo tiene un contexto, una fecha, un lugar, alguna o varias personas asociadas, un resultado exacto, un sabor, un gesto. Cuando pienso en esta, no tengo tanto. Sólo partículas, flashbacks de varios momentos brillando al igual que pedazos de vidrio rotos e iluminados. Aún así, esos trocitos bastan para sostener un vínculo durante 23 años. Suficiente tiempo para encontrarle un sentido a instantes que perduran, habitando un cuarto en el que ya no estoy, en noches que pertenecen a otro cielo, en un tiempo en el cual no sabía que, lejos de casa, Sacramento Kings, un singular equipo de la NBA, se convertiría en un refugio.
Siendo niño, muchos de sus partidos se jugaban a las 22:00 o 23:00 horas, algo que no cambió desde entonces. No era muy tarde. Sin embargo, debía levantarme a las 05:00 para ir a la escuela. No sé qué pasó en 2002, cuando tenía 11 años. Estaba ante el televisor, viendo varios partidos de su cruce de postemporada contra Los Angeles Lakers.
De esos partidos —que llegaron a Venezuela solo por tratarse de la postemporada, cuando el acceso a la imagen era muy distinto al actual—, recuerdo a Mike Bibby, Predrag ‘Peja’ Stojaković, Chris Webber y Vlade Divac, por nuestra parte, a Kobe Bryant y a Shaquille O'Neal, por la del rival. De no ser porque ahora estoy hurgando en YouTube, no podría precisar que esa serie se fue a 7 partidos cerrados en casa. Perdimos en tiempo extra. Nunca me interesó validar preferencias con la videoteca ni darles mucha estructura. Me hice al púrpura y blanco de Sacramento Kings, cuando todo sugería que era mejor opción el púrpura y oro. Me pasó lo mismo con Real Madrid y puede que también con Navegantes del Magallanes: simpatía por su uniforme. Las aficiones sin motivos lógicos tiendan a ser más estables que las sostenidas por argumentos rígidos.
Ahora puedo interpretar que también me atrajo su espíritu competitivo, cierta alegría en el juego —aunque ya no estuviera Jason Williams, de quien supe muchos años después—, la atmósfera generada por su afición, la desfachatez de varios de sus integrantes, en una actitud casi optimista y barrial: podrán ser mejores que nosotros, pero tendrán que sudar para ganar. Dos años después de aquella serie contra Los Angeles Lakers, la franquicia no tardó demasiado en desplomarse en una saga de malas decisiones y nombres que no estuvieron a la altura. Sospecho que entre los seguidores del Sactown aún prevalece el what if de qué hubiera pasado si le ganábamos a Lakers… Al igual que con los besos que no damos, conviene no hurgar demasiado en esas chances. Pese a apartar ese tipo de cuestionamientos, esos partidos, resumidos en fragmentos de instantes, son el equivalente a una chispa de fuego en la oscuridad: parece nimia, pero basta para ocasionar un incendio.
Más de veinte años después de aquello, en una casa de El Junquito, en Venezuela, a más de 6000 kilómetros de distancia entre Sacramento y Caracas, aún hay una pelota de baloncesto que rebotaba en el patio, sobre un suelo de concreto. La lanzaba a un aro no muy alto que colgaba de la puerta del lavadero. Lo hacía pensando que era Bibby o Stojaković.
Cada vez que me preguntaron sobre mi equipo en la NBA, me remití a ese momento, a ese cruce contra Los Angeles Lakers. Recuerdo esto porque del 31 de diciembre de 2024 al 12 de enero de 2025, Sacramento Kings encadenó siete victorias, tras perder seis partidos consecutivos y cambiar de entrenador. Siete. El 10 de enero, en Venezuela, debía producirse una transición política que no ocurrió. Seguir la racha de los Kings, por aquel momento iniciático, cuando era un niño ante un televisor, quizá dando cabezazos de sueño, hizo distinta cada una de esas mañanas. No empezaban con los puños cerrados, sino tecleando para ver el resultado del juego, a las 05:00, antes de salir a trabajar y de pensar en la seguridad de un amigo, la tranquilidad de mis papás o la situación política en mi país. Era una ilusión de otro tiempo.
Mis aficiones deportivas no nacieron del interés por alcanzar títulos, eso surgió después, claro; pero, quizá por esa razón, se mantienen en el tiempo. No están sujetas a más recompensa que pertenecer. La suerte es que, albergando la esperanza de que algo cambie en el caso de los equipos que no ganan con frecuencia, surgen ese tipo de rachas y clasificaciones —como la de 2023, cortando una sequía de 16 años sin postemporada—, que justifican el vínculo, además de la aparición de cometas como Domantas Sabonis o De'Aaron Fox que rompen la oscuridad.
Esa saga de siete victorias equivale, para mí, a una reconciliación definitiva con la institución. Si en unos años debo explicar por qué soy de Sacramento Kings, recordaré aquella serie de siete partidos contra los Lakers en el 2002, sí, y también esa racha de siete victorias entre 2024 y 2025, dándole a las mañanas un tono distinto. No habrá un trofeo de por medio, y sin embargo, esos momentos ya brillan al igual que otros metales.
No importa si sólo dura unos instantes.
Una escena
Paul Crewe (Adam Sandler) desafía a otro preso en Golpe bajo (2005). Busca talento deportivo para su equipo de fútbol americano. Necesita altura. La de los jugadores de baloncesto.
Uno contra uno. Crewe, futbolista profesional, es uno más en la cárcel. Deacon Moss (Michael Irvin), jugador amateur de alto nivel, es un líder en el pabellón, deportivo y penitenciario. Hombre blanco contra hombre negro. Parte de la esencia de ese juego se resume en ese choque.
Crewe lo intenta un puñado de veces. Acierta. Falla. Se estrella contra el poste. Recibe un codazo. Moss no va a perder. No, rodeado por decenas de sus compañeros, quienes se ríen con cada intento y fracaso de Crewe. Pero en juego no está esa victoria, sino su resistencia. Uno de los jugadores rivales lo nota.
Entonces, decide confiar en el futbolista profesional que está preso por violar la libertad condicional que tenía, luego de ser acusado de alterar un marcador contra su equipo.
Top 5 de…
… canciones sacadas de Golpe bajo:
“Boom Boom”, de Big Head Todd & The Monsters.
“Hella Good”, de No Doubt.
“Spirit in the sky”, de Norman Greenbaum.
“Bootleg”, de Creedence Clearwater Revival.
“Have you ever seen the rain?”, de Creedence Clearwater Revival.
Encuentra todas las recomendaciones del “Top 5 de…” en La marea: Soundtrack.
Nota editorial: esta edición de La marea contó con las correcciones de Miguelina Galindo y Martín Solzi.
Próxima entrega: Sacramento Kings.
A orilla’e playa están las tablas.
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